Los jóvenes de la península de Cavancha, que estudiaban en los colegios secundarios de los años 60, hacían su recorrido diario, cuatro veces al día por la playa del balneario como le llamaban a lo que hoy es conocido como simplemente la Playa de Cavancha. En el sector del estadio de básquetbol “ Manuel Castro Ramos “, se sacudían la arena de los pies y calzaban sus zapatos, para cruzar a la Escuela Industrial unos y para seguir caminando por el “ camino” hacia la Escuela Técnica Femenina, Instituto Comercial, Liceo de Niñas y Liceo de Hombres los otros y otras. Esto era todos los días en la mañana, al mediodía, después de almuerzo, porque se entraba a las 14 hrs. y regresar en la tarde alrededor de las 17,30 más o menos. No eran mucho en todo caso, porque no todos los que egresaban de la Escuela N° 27 de Cavancha, accedían a la Educación Secundaria, generalmente los varones se dedicaban a la pesca artesanal o entraban a trabajar a las Industrias Pesqueras de la Península, La Cavancha y/o la Pacífico.
El trayecto era de gran camaradería y compañerismo, jugando si los pillaba la ola, tirando conchas o huiros secos que la mar varaba, evitando correr o agitarse, para no llegar transpirados y hediondos a clases..
Uno de estos jóvenes de la época, el Cato, alumno del Liceo de Hombres de Iquique, hacía el trayecto diariamente junto a sus compañeros por la Playa en forma normal. Pero un día... el destino tal vez, se fue por la vereda que había y ocupaba casi el mismo sector de ahora, circundando la cancha del SIP, estadio municipal, aeropuerto, las casa de oficiales al lado del Regimiento Granaderos, el Granaderos, la cancha del José Miguel Carrera, Viña Casa Blanca, etc. Nadie sabe porque lo hizo, pero justo ese día, desde las casas de los oficiales, salió una niña de María Auxiliadora y caminó casi a la altura de él, totalmente en silencio. En las cinco esquinas se separaron sin despedirse, pero a las 12 se encontraron de regreso y ocurrió lo mismo un acompañarse en silencio, que era más trascendente a cualquier palabra. Esto se sucedió día tras día por una semana.
Un día miércoles en que no había clase por la tarde, el Cato salió a dar una vuelta en bicicleta hasta el aeropuerto y grande fue su sorpresa, al ver que su compañera de caminata, también andaba en bicicleta y ocurrió el mismo ritual, ella al lado de la bicicleta de él, una vuelta por la península, calles Los Rieles, entre las pesqueras, el malacate, Chojota o Poza de los Caballos, Buque Varado, hasta llegar a la casa de ella y separarse para encontrarse al día siguiente, pero allí sucedió lo extraordinario, ella preguntó ¿ Cómo te llamas? Y se dijeron sus nombres y ya caminaban uno al lado del otro. Y los miércoles y domingos el paseo en bicicleta, hablaban, pero poco. Ella era la hija de un Comandante de uno de los tantos Regimientos acantonados en la ciudad.
Llegó el verano y el cato junto a un gran grupos de estudiantes iquiqueños, debió trasladares a la ciudad de Arica a cumplir con su servicio militar como estudiante en el Regimiento Rancagua, el 4° de línea de la Guerra del Pacifico, tortuoso viaje en los Camiones Pegasos del Ejército. Partieron a las 6 de la mañana del Regimiento Dolores ubicado en el barrio El Morro y llegaron a Arica a las tres de la tarde. Y allí empezó su agotadora etapa de recluta.
En el Rancagua había cambio de mando, se hacía cargo de él el Coronel Guillermo Peña Freeman, padre del colorín Peña, compañero de curso de muchos de los cabros que se fueron al servicio. Para el cambio de mando del Regimiento, nombraron interventor para tal efecto a un Comandante de un regimiento de Iquique, el padre de la compañera del Cato. Pero éste, el Cato, no tenía idea. Un día lo llamaron a la guardia, porque tenía visita, aún no salían francos. Siempre el sector de la guardia a la hora de las visitas estaba lleno de gente, y había un grupo de oficiales jóvenes, conversando con unas niñas jóvenes, lolitas se diría hoy. El Cato, caminaba sin darse cuenta, cuando del grupo salió una niña muy asombrada, que corrió y lo abrazó, era Ella, que andaba con su padre y su familia. Se produjo un diálogo más o menos así:
· Hola, que haces aquí.
· Estoy haciendo el servicio, y tú.
· Ando con mi familia, porqué mi papá anda controlando el cambio de mando.
· Y cuanto tiempo estarás aquí.
· Una semana más o menos, me gustaría verte, salir contigo.
· No puedo aun no tenemos salida.
· Sabes, Hoy en la noche iremos al cine con mi papá y unas amigas (el Rancagua, tenía cine en sus dependencias).
· Justo nos toca ir a nosotros hoy, allá nos vemos.
· Bueno.
El Cato se fue muy contento a atender a sus visitas, que era una familia cavanchina, los Elizondo López, que se habían radicado en Arica, en la población Rosa Esther, y que se preocupó mucho de él cuando hizo su servicio, especialmente la jefa, Doña Carmela y Ñuñuca, su marido. Pasó momentos muy alegres con ellos ese día, y no sabía que en la noche habría de suceder algo muy bonito y que no olvidaría por el resto de su vida, algo sublime, afectivo, sentimental, romántico, sin dobleces, puro.
Llegó junto con su batería al cine del Rancagua, que era un galpón, sin techo, bancas de madera y palcos con butacas para los oficiales. Se sentó junto a sus compañeros de la batería, porque era artillero, cuando llegó un Policía Militar a buscarlo, y lo llevaron frente a un Palco, donde estaba ella con su familia, padre, madre, sus amigas y cada una acompañada de un oficial joven, incluida ella.
La niña dijo:
· Papá, este es el joven de Cavancha que te conté y que nos acompañábamos en el camino.
· Buenas noches conscripto, dijo el oficial.
· Buenas noches mi Coronel respondió el Cato.
· Quede a discreción dijo el Comandante.
· Papá, se puede sentar conmigo aquí.
· No tendría problemas dijo el padre, pero el protocolo no lo permite.
· Puedo sentarme con él en la banca, insistió ella.
· No tengo ningún problema dijo el padre.
Y se sentaron juntos, conversaron, el Cato no se durmió, como ocurría siempre con los reclutas y con él, cada vez que iban al cine.
Un oficial vio la película solo y era de la batería del Cato, le preguntó de donde la conocía, pero no se la cobró.
Se vieron durante toda la semana en el Regimiento, el último día, prometieron encontrase en marzo y acompañarse por el camino. Y.... sólo Dios diría.
Fueron licenciados el 28 de marzo y regresaron en buses a Iquique. El Cato caminó hacia el Liceo de Hombres de Iquique, pero Alicia nunca apareció, su padre había sido trasladado, y de ella nunca más tuvo noticias.
Pero Alicia aun vive, como un lindo recuerdo del Cato...